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lunes, 15 de abril de 2013

Embarazos intelectuales


Desde una perspectiva adolescente el panorama social se interpreta y actúa de forma diferente. Más aun cuando hablamos de los embarazos. Las historias surgen con todos los matices y texturas sociales que se puedan imaginar. Pero la realidad parece ser cruda y el mayor problema es el estancamiento de superación que trae consigo un embarazo adolescente. Entre tantos niños concibiendo a otros niños, la única asta de paz, que se ve en esta batalla de pañales, es la educación sexual clara y específica. Una educación igualitaria entre ambos géneros que sea aceptada e inyectada en la cultura.

¿Pero acaso no se da educación sexual apropiada en las escuelas públicas y privadas? Los hechos aplastan a las respuestas positivas de esta pregunta. Puesto que El Ministerio de Salud ha agregado en sus principales objetivos, de políticas públicas, disminuir los embarazos adolescentes. Este precepto no viene dado por la casualidad, sino por cifras del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS), en donde expuso en el 2009, que un total de 21,534 adolescentes dieron a luz. Así, de ese total, 997 corresponden a niñas entre 10 y 14 años de edad; mientras que los restantes (20,537) fueron de adolescentes entre 15 y 19 años de edad. 

Pero aquí el problema no es tener hijos. El problema se masifica cuando los hijos no se pueden educar de manera adecuada y las posibilidades de desarrollo humano quedan en lo predecible. Por esto, este no es un tema fácil de tratar. Puesto que la educación sexual tendrá que ser algo natural en las escuelas, una situación fluida con los maestros y padres de familia. Allí es donde los cambios de estructura afectan la cultura, las costumbres y lo esperado. Sin embargo, La perspectiva es sencilla, así como se aprende del sistema digestivo y su funcionamiento, de igual forma; se debería conocer el aparato reproductivo y lo que conlleva el buen uso de éste.

Aunque en El Salvador las palabras pene y vagina en una sola oración es sinónimo de inmoralidad. Son temas tabúes que son presentes en la sociedad salvadoreña. Que de conservadora no tenemos nada, sino todo lo contrario. Quizás está por demás decir que en países en donde estos temas son expuestos con normalidad y profesionalismo, las relaciones sexuales se empiezan a una edad más tardada. Por la simple razón que no se genera un morbo producido por la ignorancia. Un morbo que termina en 30 de cada 100 embarazos en El Salvador.


Es por esta razón que el artículo fue titulado como “embarazos intelectuales”. Aludiendo a la metáfora que una sociedad informada correctamente no tendrá embarazos adolescentes indeseables. Serán salvadoreños que fueron pensados y planeados bajo el razonamiento de una población prudente. Basados en todos los aspectos que afectan la vida diaria y que solo se pueden combatir bajo la sombra del razonamiento.

domingo, 17 de junio de 2012

La vieja

La luz estaba tenue, era tan delicada que no llegaba a tocar los rincones de la casa. El resplandor solo se esparcía por la cara de mi abuela como un velo amarillo, tratando de envolver a una virgen que nunca fue. La vieja se acostó en una hamaca ,de pitas más viejas que ella y yo corrí a su costado. Hieráticos, estirados entre correas de algodón y poliéster. Así, hacíamos lo único que sabíamos hacer: platicar. Esperando a que pasara el tiempo entre silencios. O tomándonos de las manos y haciéndonos promesas machistas.

 Mi abuela se llamaba Argentina y , aún así, nunca conoció esa patria. Ese día nos mecíamos en su hamaca y yo gritaba a la par de ella. Yo era un niño, disfrutaba de las cosas simples. Disfrutaba de verle las manos y los pies a las personas. Era un fetichista. Un desnutrido que le gustaba observar.

 Mientras nos mecíamos, miraba sus pies que casi tocaban una lámpara formada por viejas ramas de ocote. Un árbol que trató de ser un intento de civilización. Iluminando las puntas de sus ramas, para no dejarnos hundidos en la oscuridad. Por momentos, eramos estelas de luces que nos observábamos entre sí. Hasta descubrir sus 24 dedos. Ella tenía seis dedos en cada pie, totalmente formados. Lo mismo pasaba con sus manos. Era algo contrario a lo aprendido como natural. Era algo preocupante. Solo podía resumirse en la única herencia que nos dejaría: su genética.

Yo la observaba desde sus pies hasta su ombligo. Sus manos estaban enrolladas como culebras en apareo. Avergonzada de tener 24 dedos en total. Ella con una pena vieja; yo con un miedo incipiente. Me escondí debajo de otra hamaca que estaba detrás de ella. Así yo podría observarla y ella no. Miraba por detrás de los hoyos que se formaban al estirar la hamaca, enfocando su cuerpo al fondo. Pensando en sí me haría daño por ser diferente. Por tener 24 dedos y mirarse tan pálida.

Así que tras los colores de la hamaca ,que parecía una guacamaya, decidí tomar valor y preguntarle a mi abuela desde cuando se le ocurrió tener 24 dedos. Era una pregunta válida, porque desde que la conocí nunca los tuvo. Me acerqué de forma sigilosa y le toqué la espalda. Le pregunté: ¿ Desde cuándo tienes 24 dedos? Desde que la muerte llega a tu casa y tu cuerpo se convierte en polvo. Desde que la muerte llega a tu casa y la fantasía sale con ella. Desde que la muerte llega a tu casa y la curiosidad entra en ella, contestó mi abuelita. Mientras el panorama se desvanecía en un desenfoque lento que iniciaba desde las orillas y terminaba en el centro.

sábado, 29 de octubre de 2011

Los homosexuales no existen

Yo vivía allí. Allí donde las personas no trabajan y tampoco leen. las mentes se centra en cosas más importantes como la religión y abominar al prójimo por ser diferente. Mi mamá no era la excepción. Ella era parte de ese conglomerado. Mamá era muy guapa, tenía los pómulos resaltados y olía a miel. Un día, que no había electricidad, me susurró al oído: “los homosexuales no existen”. No dijo nada más. No me dio argumentos, solo me miró mis pestañas, las tocó y me abrazó.

Yo me preocupé mucho. Porque eso sería negar la existencia de artistas, políticos, drag Queens, religiosos y más de algún familiar. Pero más que preocuparme por la existencia, sentí miedo. Miedo porque ella no es la única que piensa así. ¡Ah! Se me olvidaba recordar que ella ya cambió de opinión. Ahora piensa un poco más civilizada: así como el régimen nacionalista alemán, los franquistas, o algunos países islámicos. Ahora, acepta la homosexualidad como un hecho. Pero dentro de su hermosa caja torácica, hay un odio intermitente por algo tan natural como la homosexualidad.

Yo no la culpa por pensar así. Culpo a la naturaleza por permitir la homosexualidad. ¡Sí! Porque dentro de ella hay más de 1,500 especies de animales que la practican. Porque aunque la heterosexualidad es la norma, hay personas y plantas que se salen de lo establecido. Y crecen y crean algo nuevo, diferente y sugestivamente hermoso.
Por eso desde hoy, decidí creer que no existen los homosexuales. Pues, amo a mi mamá y quiero ser parte de su filosofía de vida. Creo en el método de la autoridad: si ella lo dice debe de ser cierto. No cuestionaré. Pero está pasando algo raro…

Cuando salgo a la calle, desaparecen motoristas del transporte público, profesores de mi universidad, sacerdotes, pastores, amigos, compañeros y yo. Desaparezco por fragmentos frente al espejo. Las palabras “Derechos Humanos” se tatúan en mi lengua y no puedo hablar más. Despierto y solo fue un sueño. Porque la homosexualidad si existe. Por eso-algún día- iré al cuarto de mi mamá y mientras duerma le susurraré al oído: “los homosexuales existen y yo soy parte de ellos”. Le miraré los pómulos, se los tocaré y la abrazaré.

viernes, 28 de octubre de 2011

Papá, un día estuve triste y fue por vos

Él es negro, o por lo menos así le digo yo. Sin embargo, esa noche se veía traslucido, cojeaba por el dolor que lo agobiaba. Su cara empezaba a moldearse por preocupaciones que se disipaban en el aire para volver la noche triste. Él lloraba.

Yo solo me refugiaba en la egoísta preocupación de perderlo: “Lo siento, su padre ha muerto”. Porque era de esperárselo al ver aquél panorama. Él llevaba la camisa desabotonada y el dolor escondido en las bolsas de ese pantalón café que pretendía ser de diseñador. Dolor que- algunos médicos groseros- eliminaron del pecho de mi papá, no sin antes; poder presenciar la tristeza que recorría mi cerebro. Porque ahí se da la tristeza y se desprende hasta la vista, el gusto y la piel.

Pero hablemos de tristeza, porque sin tener un fleco que me caiga en la cara, puedo hablar de ella.

La tristeza no es redundante como otros sentimientos. Y lo digo yo que estuve triste. Porque ella ejerce una fuerza que se repite en in-contadas veces y nunca se viste de la misma forma. Es más, a veces, se confunde entre la hibridación o el origen de otro concepto. Así, Tristeza es: el sentimiento que hace que mi labio inferior tiemble in-coordinadamente y mis pupilas se mojen hasta vomitar una porción cuasi- redonda por la pérdida o presencia de algo. O por lo menos, el presentimiento de que eso acontecerá. Y si alguien no está de acuerdo, será porque su tristeza no es la misma que la mía.